Respeta tu propio Judaísmo, y te respetarán
Hay
una historia acerca de una reina que iba un día en
carruaje, y se encontró con un joven judío jasídico (ortodoxo místico); a la
reina le llamó la atención su vestimenta: sombrero, pantalones, calcetines,
zapatos, gabán… pero lo que más le llamó la atención a la
soberana fueron sus peyót (las patillas largas y en espiral que el joven tenía
y que usan los judíos ortodoxos, en cumplimiento de aquello que la Torá dice:
“ninguna navaja pasará por sobre tu cabeza”). La reina ordenó
investigar la identidad del joven, y le envió una invitación para que fuera al
palacio, a que la reina quería conocer a ese chico tan especial que encontró caminando por la calle.
Cuando el joven recibió la invitación, se emocionó tanto que ni durmió esa noche. A la mañana siguiente se vio al espejo, y pensó: “voy a ver a la reina, y con mis peyót y ese vestuario tan inadecuado?” entonces el joven tomó unas tijeras y se cortó sus peyót y en lugar de su vestimenta jasídica se puso ropa “normal”, guardó su kipá y en lugar de eso se puso un sombrero que le combinara mejor con el color de sus pantalones. Y así, con su nueva apariencia, se presentó al palacio a la hora que la reina lo había citado.
Al entrar el joven al palacio y luego a la sala real de audiencias, bastante nervioso, por cierto! La reina lo vio y le preguntó: “Quién eres tú?”, y el chico le explicó que él era el joven que el día anterior había recibido una invitación de la reina para entrevistarse con ella. Los cortesanos le confirmaron a la reina que lo que el joven decía era verdad, a lo que ella dijo: “yo no quería entrevistarme con una persona común del pueblo, sino con ese muchacho cuya apariencia me inspiró respeto y curiosidad”.
La asimilación, es decir, el proceso por el cual una persona
judía deja de identificarse como tal y de vivir como tal, ha sido una de las
preocupaciones más grandes de los rabinos en todas las corrientes de
observancia del Judaísmo, y el Judaísmo Liberal e Independiente no es la
excepción. Tan grave es el asunto, que en el Estado de Israel la asimilación de
los judíos se considera un problema de seguridad nacional.
Los judíos corremos en la vida cotidiana el peligro de
considerar, en mayor o menor grado, que si escondemos nuestro Judaísmo, que si
dejamos de observar las pautas de nuestra milenaria tradición, que si nos
mostramos públicamente como “personas común y corrientes”, entonces la gente
nos va a aceptar más y nos va a querer más. Sin embargo, nuestra experiencia de
4000 años nos ha demostrado totalmente lo contrario. Todas las veces que hemos
escondido o renegado de quienes somos y cómo vivimos con el objetivo de caerle
bien a los demás, nos ha ido muy mal.
Por el contrario, siempre que hemos sido leales a nuestra
identidad judía (en lo personal y en lo colectivo), se ha cumplido aquello que
dice la Torá: “v’ra’u kol améi ha’raétz ki
shem Adonai nikrá aléja v’yarú miméja” (Entonces verán todos los pueblos de
la tierra que el nombre del Señor es invocado sobre ti, y te temerán; D’varím/Deuteronomio
28,10), y nos hemos ganado el respeto de la gente.
Yo mismo lo he comprobado. Es muy bien conocida mi labor
interreligiosa alrededor del mundo, amo mi trabajo, me preparé académicamente
para ello, y he acumulado más de 15 años de experiencia en el campo con
maravillosos resultados. He compartido de manera muy especial con algunas
comunidades religiosas… pero siempre lo he hecho mostrándome como judío en
privado y en público, con poca o con mucha gente. Siempre estoy presto a
ayudar, pero siempre exijo que se me respeten mis tiempos de plegaria, que se
me respete la observancia del Shabat, que se me respete mi observancia de la
Kashrút (la ley de alimentación judía). Hay lugares del mundo en los que no uso
kipá por las calles por razones de seguridad, pero en países y ciudades donde
no hay problemas de marcado antisemitismo, uso públicamente mi kipá.
Sólo unos pocos se sienten mal porque no asisto a sus
reuniones o porque no me conecto a sus video-reuniones los viernes en la noche
o los sábados en el día, o en fiestas. Les cuesta entender el gran valor que
tiene para nosotros los judíos el Shabat y nuestras festividades. Sólo unos
pocos no han podido comprender, aunque se les ha explicado, por qué no consumo
carne de cerdo, mariscos, o hamburguesas con queso. Pero es la inmensa mayoría
de gente la que me ha demostrado su respeto y su admiración, porque en ningún
momento he pretendido despojarme de mi identidad judía y de nuestras
ancestrales tradiciones para ganarme su amistad o su aprecio, por más liberal e
independiente que yo sea.
La lección de la esclavitud de Egipto, tal cual la relatan
nuestros jajamím (sabios), nos enseña que
todo el problema con los egipcios comenzó en el momento en el que nuestros
antepasados quisieron vestirse y comportarse igual que los egipcios para ganar
la aprobación social, y el resultado fue desastroso.
También hemos tenido que vivir en los últimos 2000 años con
todo lo contrario: gobiernos, grupos sociales y religiosos que acosaron,
castigaron, amenazaron y asesinaron masivamente a nuestros antepasados, para
que dejaran de ser judíos y de vivir como tales (nunca olvido a mis
tatarabuelos asesinados por la Inquisición Española en Cartagena de Indias, en
el siglo XVIII, por negarse a renunciar a su identidad sefardí o
judeo-hispánica). Si bien el costo en vidas ha sido incalculable, la
persistencia de nuestros ancestros por no perder su Judaísmo es lo que nos
llevó a que hoy día, muchas naciones, autoridades y grupos sociales, nos
admiren y nos respeten.
Este mismo principio se aplica también a nivel interno en el
Pueblo Judío. No todos los judíos vivimos el mismo modo de estudiar y de observar
la Torá. Unos son más estrictos, otros más laxos (nosotros, los judíos
liberales e independientes, nos jactamos de ser los más abiertos de todos).
Muchos problemas entre judíos, cuando son de corrientes de observancia
diferentes, han sido por la tendencia a que el uno se acople al modo de observancia
del otro, para ganar aceptación social. Yo mismo he observado a judíos
no-ortodoxos asumir prácticas y códigos de vestimenta más estrictos para ganarse
la amistad de los estrictos, o al menos evitar agresiones por parte de los radicales.
El resultado ha sido exactamente igual que con los no-judíos: nos hemos ganado
el desprecio y el odio de esos judíos.
También hemos tenido que lidiar con casos de judíos radicales
que nos deprecian a los judíos liberales e independientes. A veces nos atacan
directamente, a veces indirectamente, pero no les hemos permitido ceder ni un
solo milímetro. Muchos judíos ortodoxos, conservadores y reformistas nos
respetan porque nunca hemos pretendido acomodarnos a sus modos de observancia
de la Torá para ganarnos la aprobación de ellos.
Recuerdo que, cuando conversé con el Gran Rabino de Ginebra
(Suiza) Itzhak Dayan, en un restaurante muy bonito de tan bella y prestigiosa ciudad
alpina, yo nunca pretendí que tan venerable rabino se acoplara a mis modos de
ser judío liberal e independiente, pero el rabino tampoco me coaccionó para que
me comportara en la mesa a la manera ortodoxa, pues todas las formas de
Judaísmo son posibles. El Rabí Dayán no comió nada, guardando la observancia
ortodoxa de no comer nada que no haya sido preparado por un judío; yo, en
cambio, disfruté de una deliciosa taza de chocolate caliente y un croissant
(tenía hambre!). Nuestra conversación no sólo fue fraterna, sino que además
Rabí Dayán me dio una bendición muy especial.
El Gran Rabino de Ginebra y yo. Ginebra, Suiza, noviembre de 2018.
Respetar la propia identidad judía hace también parte de la
corona del buen nombre de la que habla Rabí Shimón, la cual tenemos que cuidar
(Pirkei Avót 4:17). Así que la lección es simple: nos ganamos el respeto de los
demás cuando respetamos nuestra propia forma de ser judí@s. No busquemos
acomodar nuestro propio judaísmo a la manera de ser judío de otros, para ganar
su aprobación. Y tampoco busquemos comportarnos como no-judíos en medio de los
no-judíos para ganarnos así su respeto.
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